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Cuando caen las estatuas (Primera de dos partes)

Cuando caen las estatuas I de II


Estatua de Cristóbal Colón decapitada. Foto: Tim Bradbury/Getty imágenes/AFP

Por Juan Carlos Faller M.


En los EE.UU. el movimiento antirracista está marcando época. La indignación y las ganas de un cambio profundo han llenado las calles en una forma tan espontánea, multitudinaria, civilizada y expresiva (en medio de una pandemia terrible), que todas las teorías conspirativas y las provocaciones altisonantes de Trump y cómplices sólo han cosechado ecos de repulsa.


En el propio ex territorio confederado, en el sur separatista, se han empezado a arrear las muchas banderas del fallido país esclavista (que siguió siendo racista), y a retirar las estatuas de sus héroes derrotados, del Gral. Lee para abajo. Y la cosa no para allá: resulta que varios campos y bases militares de los EE.UU. llevan nombres de héroes del racismo separatista, y en contra del clamor popular el presidente Trump se ha entercado en que sigan así. Menudo embrollo para Mr. Donald, quien dice mintiendo que después de Lincoln el presidente menos racista es él.


Pero volviendo al tema, ha llamado mi atención el simbolismo de las estatuas que están cayendo. En Inglaterra, grandes bronces de distinguidos héroes británicos, esclavistas, muerden el polvo y sus nombres son llenados oprobiosas pintas; peligra incluso la famosa estatua de sir Francis Drake, el corsario inglés que dio la segunda vuelta al mundo, pirata encumbrado, esclavista, favorito de su reina Isabel.


En la debacle de los prohombres de antaño ha caído también un par de estatuas (alguna decapitada) de Cristóbal Colón en Nueva Inglaterra. ¿Por qué tirar estatuas de Colón? ¿Qué culpa tiene el ilustre genovés en todo este relajo? Él, Cristóbal, Colón, fue sólo el descubridor de América, el vastísimo continente que había permanecido aislado del resto de la humanidad por más de 200 siglos.


La cuestión es: ¿Qué simbolizan las estatuas? En el caso de Colón, los que las tiraron dicen que simbolizan la dominación cultural, moral y genética de Europa; simbolizan la colonización y su larga secuela de esclavitud humana en diversas modalidades, a base de fuerza bruta.


Por su lado, los que defienden las estatuas de Colón esgrimen el lado brillante del Almirante, la gallarda gesta que realizó al lanzarse al ignoto y vasto océano en tres modestas carabelas para intentar alcanzar Japón y China y las islas de las especias (pues el plan original era llegar al Lejano Oriente por el occidente). Es cierto, Colón no sabía que a Europa y China las separaba no sólo un gran océano, sino también un inmenso continente). Es cierto, su valentía marinera fue ejemplar. ¿Pero qué de bueno trajo su descubrimiento a América? La Historia está llena de relatos de crueldades, pestes, epidemias y hecatombes, por lo que es inocultable que la valentía del Almirante trajo a América una maldición de proporciones bíblicas. Y lo peor es que la maldición se volvió tradición. La discriminación y el racismo estructurales son tan claros como su resultado: los pueblos originarios ocupan desde la conquista –hace medio milenio– los estratos más pauperizados de la sociedad. Y ese menosprecio y esa opresión de antaño siguen hoy –modernizados y bajo un barniz de tradición y folclor– desde todos los niveles sociales y gubernamentales, pues a los pueblos originarios se les sigue ofendiendo con farsas tan estúpidas y atropellos tan descarados y viles como el tren de AMLO y los megaproyectos de alma putrefacta (de capitales chinos, españoles, “mexicanos”, gringos y demás).


Tal vez el último bastión argumentativo a favor del “descubrimiento” de América y sus héroes es que con ellos vino la Buena Nueva en forma de Biblia y ritos cristianos. Pero la Biblia y los ritos por sí mismos no son garantía de decencia ni de moral terrenas; al contrario, casi todos los tiranos de América se han escudado y se siguen escudando tras la biblia y los ritos cristianos (como Trump hace unos días, frente a un templo cristiano, o como el presidente López y sus estampitas religiosas contra el coronavirus).


En todo caso, ¿es justo el precio de sangre, sudor y lágrimas que se le sigue cobrando a los pueblos originarios por los ritos cristianos y una Biblia que precisa y vanamente denuncia y condena a los opresores?


Para la cultura eurocéntrica Colón sigue siendo un héroe y se le sigue venerando y aplaudiendo. Por eso, visto desde la cultura occidental, resulta chocante que sus estatuas sean destruidas. Habrá quien diga, en el colmo de la ingenuidad y la ignorancia, que Colón no era un esclavista, sino un visionario. Falso. Colón era un visionario, sí, pero también era un esclavista. Antes de servir a España sirvió a Portugal en el comercio de esclavos africanos; y después, cuando llegó por vez primera a las Antillas, en su diario de a bordo hizo detalladas descripciones de la gran cantidad de esclavos (fáciles de someter) que los reyes católicos Fernando e Isabel tenían ya a su disposición, gracias a él. Colón vino a América con los ojos y la mirada de una Europa esclavista hasta la médula.


Eso significan también, y sobre todo, las estatuas de Colón, aunque algunxs prefieran seguir contando el cuento (sencillo, simple, falso y sin complicaciones morales) del gallardo marinero que sólo quería descubrir un mundo ignoto llevando la Biblia en una mano y la espada en la otra. En fin.


En la próxima entrega hablaremos de las estatuas racistas en la Mérida racista. (J.C.F.M., Jo’, Yucatán, 12 de junio de 2020)

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