Ecocidio empresarial en Yucatán
- Ricardo Andrade Jardí
- 25 ago 2018
- 3 Min. de lectura

Campesino afectado por las fumigaciones aéreas/ Foto:Yóol Ja'en
Estos tiempos que algunos se empeñan en llamar de cambio, son más bien tiempos reveladores en muchos sentidos, aunque no necesariamente de cambio. El capitalismo en su nueva crisis existencial ha llegado a mostrar uno de sus muchos rostros, pero no ya con las máscaras de sus llamativos escaparates, más bien una cara de las más siniestras y por tanto verdadera.
El empresariado yucateco - una parte de ese empresariado cuando menos - con su doble moral cristiana no puede ya ocultar su enorme desprecio por la vida en todas sus expresiones. Toneladas de bombas de peligrosos agroquímicos son arrojadas desde el aire como si se tratara de una guerra sin miramientos para destruir y envenenar los ecosistemas de la Reserva de la Biósfera del río Lagartos, así como a las vecinas comunidades mayas y sus cultivos, con el enorme desprecio que eso significa ambiental y humanamente hablando. Pero si lo anterior no fuera suficiente; pese a los litigios y amparos, en el marco de sus propias leyes burguesas en el sentido de la prohibición, reparten a campesinos mayas, las prohibidas semillas transgénicas en su infinito afán de lucro a cualquier costo.
Millares de abejas han sido, literalmente, exterminadas con todo lo que eso supone para el equilibrio ambiental planetario, así como numerosos cultivos han sido siniestrados por las prácticas de la también al parecer infinita estupidez empresarial. Con la complicidad, claro está, de los tres niveles de gobierno que, al servicio y lacayos de estos empresarios, hacen como que no ven el irreparable daño provocado.
Y el asunto no se queda en eso. La contaminación provocada llega a margenes criminales que se puede presumir configuran un crimen de lesa humanidad. Un genocidio. Los pesticidas llegarán también a las mesas de toda la población tanto maya como de los parasitarios y mestizos centros urbanos que terminaremos envenenados con los peligrosos pesticidas en los alimentos que todas y todos comemos día con día.
Las denuncias realizadas por las comunidades mayas dan cuenta, aunque la complicidad gubernamental intente ocultarlo, del daño y devastación ecológica que se está llevando a cabo en la Península de Yucatán. Es urgente, no sólo replicar e internacionalizar las denuncias de las comunidades mayas afectadas, sino comprender que el daño que las prácticas agroindustriales devastadoras y el afán de lucro de estos empresarios y sus cómplices - igual de genocidas – gubernamentales están llevando a la Península de Yucatán a un daño eco-sistémico sin precedentes y del cual será muy difícil, sino imposible, recuperar territorio y salvar la vida sino exigimos y paramos la barbarie ecocida de inmediato.
Y si los presumidos tiempos de cambio se pretenden reales hay que construir los mecanismos para no dejar que el afán de lucro de una ignorante burguesía siga envenenándonos a todas y todos.
No podemos proyectar ningún futuro sin la solidaridad con las comunidades campesinas mayas exigiendo que cese de inmediato la criminal práctica de seguir usando agroquímicos mortales que destruyen y envenenan nuestras vidas.
Nuestro mayor compromiso es y debe ser con lo único que es verdaderamente sagrado, es decir, la vida. No con la pandilla de presuntos asesinos empresariales a los que sirven los gobiernos del color que sea. Es pues una lucha por la vida. Y la solidaridad es una de las armas más poderosas que tenemos para detener lo más pronto posible a un sistema que sólo nos ofrece degradación y muerte.





































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